Una semana después, ya estamos aquí para contaros cómo va el proceso de socialización entre nuestros conejitos. La semana anterior nos basamos en el olfato y esta semana si tenemos que elegir algún sentido sería la vista, ya que nos hemos centrado en que se vean (y se toleren). Os adelantamos que no ha ido mal del todo, pero sin duda, esta fase ha sido mucho más tensa.
Decidimos que ya era el momento de que tuvieran un cara a cara. Así que seguimos los consejos que siempre se indican en esta fase: hacerlo en un sitio neutral -es decir, un sitio que no sea «territorio» de ninguno de los dos, en un espacio reducido y controlado. Nunca perderles de vista y hacer uso -si hace falta- de herramientas externas de control, como por ejemplo un spray con agua (para controlar las malas conductas). Así que nos pusimos manos a la obra: cogimos el parque extensible y lo pusimos en un pasillo e invitamos a Mico y a Lala a que se metieran. Personalmente fue el momento de más nervios que he pasado hasta ahora. ¿Y si se echaban a pelear nada más verse? ¿y si no sabíamos separarles a tiempo? Está claro que si dimos el paso de juntarlos era porque nada indicaba que esto pudiera pasar. Y efectivamente, nada malo pasó.
Lala, más juguetona, tiene más curiosidad por Mico y le sigue para olerle y parece que le dice «¡eh, tío, soy tu nueva amiga!, ¡quiéreme!» pero Mico está más en el plan de «¿tú qué haces aquí con lo bien que estaba yo solito?, eres muy nerviosa, me das miedo«. Aun así hubo olisqueos, acercamientos y curiosidad pero también hubo cierto pasotismo…amigos, estamos lejos de los mimitos entre ellos. Pero no pasa nada, otro día seguiremos intentándolo.
Desde entonces cada día los hemos ido juntando durante ratitos (en función de cómo iba la cosa), y sí, hemos tenido algún susto: es curioso porque Lala se acerca a Mico y se queda en posición sumisa (con la cabeza agachada y sus grandes orejas arrastrando en el suelo) mientras pretende que él la huela y la acepte. Pero el macho de la manada no lo tiene tan claro, en algún momento le ha gruñido, le ha empujado con la cabeza, le ha perseguido o incluso le ha echado las patitas encima (esto tan sólo una vez). Por supuesto también ha marcado con lo que a él se le da tan bien y que desde la castración no hacía: su charquito de pipí cerca de donde esté ella. No os quedéis con esto. Es totalmente normal, están buscando cuál es su rol en esta relación, de momento ella es más sumisa pero también más inquieta, así que a él le molesta un poco. Por otra parte, y para nuestra alegría, también se han tumbado relativamente cerca, se han olido y han pasado de largo, han correteado juntos en la misma dirección (pensaban que había comida…), han sentido curiosidad el uno por el otro…Pero lo que más me relaja y me alegra es que puedan estar tumbados bien estiraditos cuando saben que el otro está cerca, eso indica que el nivel de estrés entre ellos en ese momento es casi nulo.
Así que, por lo que he leído, aunque todo esto parezca un horror es totalmente normal. Creo que vamos por el buen camino: en cada encuentro hay un patrón de «dominancia» pero una vez pasado, se da una conducta más o menos normal donde se toleran y se respetan. Los besinejos, para otro día…o semana.
Recuerda que:
- Tienes que vigilarlos siempre. Nunca sabes cuándo pueden saltar las chispas entre ellos.
- Ármate de paciencia, puede ser un proceso lento. Ninguno de ellos tiene la culpa de sentirse amenazado o nervioso, ¡dales cariño!
- En esta fase evita darles comida a la vez juntos, puede ser una fuente de conflictos.